¡Al fin se terminó la construcción del local para la escuela! Un rancho de ocho metros de largo por cuatro de ancho. De palo a pique y barro amasado las paredes, los horcones de grueso quebracho colorado, cumbrera y varas de quebracho blanco.
Era de dos aguas con muy poca caída por ser escasas las lluvias. Encima de las varas se puso una cama de jarilla, otra de simbol y aibe y luego mucha tierra; techo pesadísimo, lujo de regiones donde abunda la madera fuerte.
Cuando se hubo terminado, antes de instalar el grado, el maestro hizo acarrear agua en una tina, con palas y azadas se removió la tierra del piso y se echó después el agua a baldes, formándose barro.
–Necesito diez potros que se metan en el rancho a pisotear el barro para amasarlo.
– ¡Yo, señor!… ¡Yo, señor!
Más de treinta “potros” estaban dispuestos a la fiesta del barro.
–Bueno, todos los que quieran, pero caminar despacio para no resbalar y no salpicarse.
Los chicos se metieron encantados y con gritos y risas comenzaron la grata tarea. A poco tiempo hubo que sacar a Wilfredo, porque se hacía el chúcaro.
Los otros continuaron amasando hasta que el barro estuvo a punto. Entonces entraron Pancho, Pedro y Castañito y emparejaron el piso, desparramando el barro uniformemente.
En los días siguientes, mientras se oreaba el piso, se pintó con cal todo el local y el rancho del maestro ¡Qué lindos quedaron!
El grado tenía dos puertas y dos ventanas; la gente se reía de eso, eran muchas aberturas. “La casa de las ventanas”, le pusieron de nombre.
Jorge W. Ábalos